Dentro de escasas semanas, todos los españoles mayores de 18 años están convocados a ejercer su derecho a voto en diversos comicios electorales, seguramente los más interesantes de los últimos tiempos. ¿Te los vas a perder?
El abanico de la oferta es amplia, diversa y variopinta, y los problemas, reales e inventados, también.
Con esa gran ventaja que da la distancia de ver los toros desde la barrera, hoy mismo se podía leer, en sendos tuits de personas que nos conocen bien, el cómo nos ven otros en conjunto desde fuera:
«Si me lo permite, el problema de España es tener muy pocos problemas reales. Soy colombiano, he vivido en España en dos periodos (2010-2011, 2017-2018) y pienso que a los españoles les encanta inventarse nuevos dramas y problemas»
«Es que hablan de crisis y problemas que, para nuestra concepción latinoamericana, no llegar a mover el amperímetro. Tuve la misma sensación de cuando estudié allá»
Nuestros políticos, en su arte medido y asesorado de mentir o, en todo caso, siendo amables, de decir medias verdades, juegan y viven de la manipulación y de la polémica constantes. Conciben y crean problemas. Y ponen el foco en todo aquello que hace mucho ruido, pero que en realidad da pocas nueces. Y las que da, se las reparten entre cuatro listillos.

Cuando en la sociedad se confunde SER SINVERGÜENZA CON SER ESPABILADO, todo es posible que vaya siempre a peor.
Como afirmaba el una vez considerado durante mucho tiempo un político de primera clase y ejemplar, el «Molt Honorable Ex-president de la Generalitat de Catalunya, el senyor Jordi Pujol», el peligro está siempre detrás de esa descarada advertencia y amenaza de «menejar les branques». Así que chitón para todos y a despistar al personal con lo que sea, que para eso tienen medios inmensos para tirar con pólvora ajena.
Así, el debate político se nutre de polémicas que, en el fondo, les importa a cuatro mal contados. Porque seamos sinceros, son problemas que no afectan en lo más mínimo a la vida real – aquella que dura los 365 días de todo un año – a la inmensa mayoría de los españoles.
¿Quién mueve y mantiene al país en su conjunto? ¿Quién paga la factura todos los meses? ¿Quién mantiene la música en vivo mientras el barco se mantiene a flote a duras penas, por muy torpe que sea el capitán al mando?
¿Los ricos? ¿Los pobres? Si alguien pone el foco en ellos, se lo tendría que hacer mirar.
Es ese señor o señora de clase media que tiene que madrugar todos los días laborales para ir a trabajar, a menudo recorriendo importantes distancias, que le cuesta llegar a fin de mes, que paga sus impuestos y que sufre de estrés porque sus problemas sí que son de verdad.
Es esa persona que, en su conjunto, no pertenece a ninguna sigla en concreto. Que no estuvo acampada en el 15M porque estaba simplemente trabajando y no de fiesta haciendo el caldo gordo a otros, del signo que sea. Porque, mientras tanto, alguien tenía que mantener el tinglado en pie.
Es esa mujer u hombre que no se identifica con ninguna letra del movimiento LGBTI porque lo respeta, y que llegado el caso, no hace alarde ofensivo de ello, porque sencillamente es su elección personal y su condición natural.
Es ese currante que vive envenenado bajo un hongo casi permanente de contaminación en las grandes ciudades. O ese otro que subsiste cada vez más aislado y con escasos servicios en una España rural en franco declive que se muere.
Es ese individuo, de ambos sexos, que es más tolerante que la media, que respeta las normas y no ejerce la violencia de ningún tipo sobre nadie, sea de género o no. Y que no se identifica con esa gente maldita y mal nacida que siempre ha habido.
Es gente que mayoritariamente se mueve en el amplio espectro del centro político, y que en masa, tiene la decisión final en sus manos. Población de gustos sencillos y mayoritariamente tranquila, pero que empieza a estar harta de ser siempre los invitados de piedra que pagan las copas que se beben otros. Y además, con esa sensación de que además se mofan en su misma cara.
Son personas de a pie que están hasta las narices de ser el burro de carga que tiene que soportar y arrastrar las rémoras que generan todos esos «queda bien» espabilados que, con sus estupideces, crean líos donde antes no los había y que nunca tuvieron intención de buscar soluciones.

En este contexto, se pueden entender los patinazos irresponsables como el Brexit, la puesta en escena de personajes como Donald Trump, Salvini, Bolsonaro… y de otros que vendrán detrás. Porque esa masa silenciosa, que ve peligrar su modo de vida y sus raíces, con razón y sin ella, se siente olvidada y ninguneada por todos. De ahí su voto de castigo, seguramente más con el corazón que con el sentido común. Pero se sienten queridos y cortejados por aquellos que, siendo lo que son y representando lo que representan, los han hecho ser visibles y valorados de nuevo.
Toda una masa de votantes, con cara y nombre, que merecen ser escuchados y tenidos en cuenta y que no forma parte de ese botín de votos que los políticos defienden como su patrimonio personal.
Queda, por lo tanto, mucho por hacer. Porque al votante medio no hay quien le escriba ni le perciba, y su papel, cada vez es más importante. Porque al final de cuentas es quien llena la hucha vacía todos los meses.
