… Y DE ALGO MÁS.
El mundo de la imagen, el postureo, ser “cool”… es vital para muchas personas, especialmente cuando uno es joven, pero esta es una tendencia hoy que abarca todas las edades. Como diría Juan, es el «aparentar de toda la vida», pero llevado a una sofisticación nunca antes conocida gracias a la tecnología y las redes sociales.
Allí, muchas personas se muestran como quisieran ser, no como realmente son. Y otras tantas, sabiendo lo que son, simulan ser otra cosa.
Realidad y Ficción que se confunden en el mundo digital.
Cualquier input guay recorre el mundo a toque de clic y puede convertirse en viral. Sí es simple, molón y además lo hace alguien conocido y famoso, el nivel de visibilidad, de respuesta y de imitación está asegurado. Un nuevo mundo virtual dominado por los llamados influencers.
Aquí, en casa como en gran parte de occidente, existe un anhelo generalizado de pertenencia a la clase media, lo cual ha provocado una deformación en sus límites.
Así, hoy en día, hablamos de tres niveles de clase media: MEDIA-BAJA, MEDIA-MEDIA y MEDIA-ALTA. De esta forma, damos cabida a muchos más colores en ese espectro dónde todos los que no son de clase alta ni directamente ricos quieren o necesitan estar.
Hay estudios que afirman que en España hay un sentimiento generalizado de pertenencia a la clase media cercano al 80% de la población, cuando lo más correcto sería hablar de un porcentaje real (siendo optimistas) sobre el 50%, y en descenso desde la crisis del 2007.
Cuando se determina que ser clase media significa estar dentro de una horquilla de ingresos brutos anuales (redondeando al alza) entre los 20.000€ a los 60.000€ por unidad familiar, se está cometiendo una gran falacia, se ponga como se ponga Estadística con sus números adornados a servicio de los discursos políticos de medio pelo. Una horquilla tan amplia como sospechosa.
Sí deducimos el mínimo vital entre ambos extremos, la diferencia es mucho más brutal.
En otros tiempos, eran comunes otros términos que poco a poco han ido perdiendo fuste. Vocablos como clase trabajadora, clase obrera o proletariado eran sinónimos de lucha reivindicativa contra su archienemiga, la clase capitalista. Hoy en día, algunos políticos hablan de clases populares para referirse a todo ese conjunto de personas menos favorecidas. Vocablo generalista que suena mucho mejor en búsqueda de un bloque social más compacto en apariencia y aglutinador de la nueva lucha light de clases.
La clase media como ese objeto de deseo de la clase política.
Cuando se aproximan las elecciones, el campo de batalla se dirime siempre por el centro. Los líderes políticos con posibilidades de éxito bien lo saben y es allí donde se baten el cobre, porque de ese voto menos servil depende su triunfo o su fracaso.
Conocen bien que uno de los mayores temores de la clase media es precisamente dejar de serlo.
Manejar los miedos de forma interesada y en ocasiones mezquina, es táctica habitual para manipular la intención de voto de este importante y decisorio bloque del electorado muy sensible a los cambios. Mientras que el pobre y el rico tienen una postura mayormente definida, gran parte de los que se consideran clase media no tienen del todo claro dónde están y qué les interesa más. Y ahí viene el problema y la fuente donde la retórica juega sus mejores cartas marcadas. Porque ahora ya no existe la lucha de clases de barricadas y de pasquines en la calle, sino en la prensa, en internet y en los platós de televisión, dónde la compra de voluntades, la falta de independencia periodística y los partidismos son descarados y sonrojantes.
La clase media necesita tener una seña de identidad propia para conocer y hacer valer su gran poder y, de esta forma, defender sus intereses que son, además, lo del país en general. Necesita movilizarse inteligentemente sabedora de lo que es y de lo que representa.
Porque al final de todo, ¿quién paga todo el tinglado?
¿Los pobres y las clases bajas? Obviamente no, porque no pueden y en todo caso necesitan ayuda. Apoyo y protección en el día a día, pero sobre todo impulso para tener un futuro menos dependiente. Y la suma de tantos muchos es una pesada (pero necesaria) carga para llevar entre todos.
¿Los ricos? Sí, colaboran, pero mucho menos de lo que deberían. Ya tienen quien les asesore para montar sus historias para aportar mucho menos. Hacer demagogia con ellos es sencillamente burlarse de toda la parroquia, pues su aportación real no es tanta porque son muy pocos. Perseguir sus fechorías fiscales está bien, pero que no distraigan al personal del meollo de la cuestión con casos de relumbrón mediático.
Corriendo el riesgo del que únicamente rompe platos porque los friega, para un servidor pertenecer a la clase media tiene como punto común todos aquellos que pagan el grueso de los impuestos para mantener el statu quo.
¿Quién paga la deuda del país, la sanidad y la educación públicas, las infraestructuras y su mantenimiento, la dependencia y los servicios de todo tipo, los fastos de toda índole y color, los caprichos de los de arriba y los subsidios de los de más abajo?
Sobra la respuesta.
La clase media tiene en sus manos el poder de cerrar el grifo, pero no lo sabe. Porque sin dinero, toda cambia. ¿O no?
Algunos recordarán el conato de resistencia que provocó en Irlanda un nuevo impuesto surgido de la crisis bancaria: 100€ lineales por vivienda. Aquello colmó el vaso y provocó un efecto viral de todos aquellos que ya estaban hartos y dijeron “basta”. Era el año 2011 y el gobierno del país tuvo esta reacción muy en cuenta.
¿Cuánto tiempo resistiría cualquier gobierno con una huelga fiscal, incluso con su simple amenaza muy en serio?
¿Por qué accede, sin embargo, a las peticiones de las acciones violentas (quasi terroristas) de sectores tan ruinosos como el minero y el naval, por poner un ejemplo conocido, sin querer entrar en más detalles?
Sencillamente porque los revoltosos tienen un objetivo claro, están bien organizados y saben perfectamente que ninguna administración quiere lío en la calle. En cambio, nosotros, el resto, somos esos buenos chicos que siempre damos tanto de sí, que pronto olvidamos y cuyo único derecho real es el pataleo. Somos la vaca que siempre da leche para todos los que se sientan a esta mesa tan grande.
Recordemos aquel importante ayuntamiento regido por un gobierno conservador que prefería pagar el alquiler a ocupas con tal de evitar follón e inestabilidad. En todo caso, era el dinero de todos. ¡Qué más daba! Bueno, no de todos, únicamente de los que pagan impuestos. Y los ocupas no están precisamente entre ellos.
¿Quién va a pagar esa renta mínima universal de la que tanto se habla ahora? ¿Quién se va a movilizar para conseguirla y defenderla hasta el fin de los días? ¿Quién se va a amedrentar y cederá para tener estabilidad mientras haya tontos que paguen y que no pasen a la acción?
Más preguntas que se responden por sí solas.
La clase media necesita IDENTIDAD, MOVILIZACIÓN INTELIGENTE Y CAPACIDAD DE DECISIÓN, para alcanzar una sociedad más justa en términos de esfuerzo y de méritos individuales y colectivos.
Ahí tenemos a nuestro amigo internet como gran y valioso aliado, pero tuya es la decisión.
Y en términos monetarios, no nos dejemos engañar. Básicamente sí tus ingresos familiares son de 20.000€ brutos anuales, tienes familia a tu cargo, llegas muy justo y no siempre a fin de mes, te cuesta hacer frente a un imprevisto doméstico puntual y tu nivel de ahorro es inexistente, lo siento, pero NO ERES DE CLASE MEDIA, aunque lo diga en INE. Ni tampoco de clase media-baja, ese invento majadero para consuelo de muchos. Tenlo claro, perteneces a la segunda parte tras el guion.
Sí este es el caso, la buena noticia es que ser realista es un buen punto de partida para avanzar y tener nuevos objetivos.
Entonces volvemos al inicio: ¿a partir de cuánto o de qué se puede afirmar que alguien es de clase media?
Objetivamente para formar parte de la clase media hoy por hoy, tus ingresos brutos anuales (hogar) deben de apuntar bastante más alto al mínimo propuesto: 30.000€ brutos anuales o unos 25.000€ netos.
Hay que tener en cuenta factores tan determinantes como el lugar donde habites (coste de la vida), tu situación familiar y el nivel de endeudamiento, pero es un buen punto de partida mucho más real y certero.
A partir de ese número mágico, sin grandes alardes y si eres organizado y coherente económicamente, puedes “vivir”.
Vivir significa: pagar tus facturas (incluida tu vivienda), hacer frente a un pequeño imprevisto, educar a tus hijos un poco más allá de los ciclos obligatorios, empezar a ahorrar un poco y de vez en cuando tener algún capricho, como unas vacaciones. Y sobre todo, tener modestos planes de futuro.
Y DENTRO DE UNOS POCOS AÑOS, ¿QUÉ?
Muy posiblemente en un futuro no excesivamente lejano, esta percepción y estrés de pertenecer o no a la clase media cambie de forma radical.
El mundo está revolucionado tecnológicamente y es muy posible que podamos vivir con menos recursos, menos necesidades y con menos “mentiras”.
El trabajo (cosas que hacer y necesidades que cubrir) existirá y aumentará, pero lo que habrá cada vez menos serán empleos.
Cada vez estaremos más interconectados y seremos más colaborativos, participativos y eficaces. Y especialmente, las nuevas generaciones lo tendrán mucho más claro que nosotros en muchos sentidos. Vivirán más, mejor e intensamente este maravilloso mundo sin nuestras ataduras físicas, financieras y emocionales.
Serán los dueños absolutos del m2 que necesitan tener en este mundo para ser felices.
Más que muchas cosas, necesitarán menos y más importantes, y valorarán más las experiencias vitales que los bienes materiales.
Por este motivo, cuando observo a mi hijo como el progenitor que soy en mi papel de padre tradicional y le insisto en que tiene que estudiar más, ser más responsable y más ambicioso, pero le veo feliz y seguro de lo que quiere y desea, me pregunto:
“¿Quién de los dos está realmente equivocado?”
Pero bueno, esto será otra historia: LA SUYA PROPIA.
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