Cada vez es más evidente como la preocupación por una alimentación sana forma parte del temario habitual de nuestras conversaciones cotidianas y de nuestras vidas.
Un movimiento social y ascendente promovido por todos aquellos que cada vez se muestran más concienciados por la necesidad de un entorno en general más amigable y sostenible. Y la alimentación es uno de sus pilares básicos en muchos aspectos.
Durante una reciente reunión familiar, salió a relucir el creciente interés por la comida saludable y equilibrada, impulsado, sobre todo, por los más jóvenes del grupo.
Y como ejemplo recurrente apareció un alimento habitual, común y universal: EL HUEVO.
El debate, que no discusión, iba desde el número de huevos máximo a tomar por semana, su clasificación por tamaños, el color de la cáscara… hasta comentar aspectos tan poco relevantes a nivel nutritivo como su presentación.

La conversación avanzó rápidamente por otros derroteros impensables hace no mucho tiempo. Así, la gente más joven puso especial énfasis sobre la procedencia de la puesta de los mismos, e incluso, habló de aspectos éticos y morales sobre el maltrato animal que sufrían las gallinas ponedoras enjauladas.
Una pequeña puesta en escena en la que estaban conviviendo tres generaciones distintas participando en una misma sobremesa y dando cada cual su opinión sobre un único asunto. ¡Una autentica gozada por tan extraño fenómeno!
Como a todos los allí presentes no les faltaba la claridad intelectual necesaria para reconocer el verdadero valor de una alimentación sana, el consenso era generalizado. Pero una cosa son la teoría y las buenas intenciones, y otra, muy distinta en ocasiones, la práctica diaria y el cambio de costumbres. Estamos hablando del precio, con esa vara de medir que todos tenemos en mente que es el dinero.
Mientras que una docena de huevos industriales (aquellos procedentes de gallinas enjauladas) cuesta en el súper del barrio 1,75 €, el precio de los camperos (procedentes de gallinas el libertad) ronda los 3 €. De ahí que se suelan vender por medias docenas. Y si vamos más allá, cuando hablamos de huevos orgánicos (de gallinas no alimentadas por piensos procesados, como en los dos primeros casos), el precio alcanza cerca de los 6 € la docena. Es el huevo común trasformado en un producto «gurmé»

Cuando el factor precio es determinante, el ecologismo queda aparcado a un lado. «La comida verde» suele ser un mal negocio para el bolsillo.
Y así lo vemos a diario cuando observamos el comportamiento de compra, donde los llamados por algunos «los alimentos felices» se abren paso muy lentamente. Hay que tener en cuenta que su presencia en los lineales, aparte de una minoritaria demanda, obedece a factores de buena imagen y marketing ecofriendly.
¿Por qué los productos más sanos y naturales son siempre también los más caros con diferencia?
Volviendo al ejemplo de nuestro querido amigo EL HUEVO, las razones son varias para intentar justificar esa diferencia de precio del 350 % entre el más económico al más caro.
Por un lado, los costes de producción son más elevados, por motivos evidentes. Luego, el número de unidades recolectadas es menor, porque las gallinas descansan un tiempo y no están siempre expuestas a la luz. Y finalmente, hay también detrás una decisión de marketing claro: los productos ecológicos tienen un plus de precio por el hecho de serlos.
Para los fabricantes falsear la realidad confundiendo al consumidor les es muy rentable. Términos como «artesano, natural, eco, tradicional…» han perdido parte de su valor y sentido. Su uso en el etiquetado permite cobrar más por un mismo producto cuya mejora no justifica la diferencia de precio. Y en ello están trabajando las marcas pisando a fondo el acelerador. Todo por mejorar la cuenta de explotación.
Teniendo muy en cuenta que la percepción de la calidad es un valor subjetivo y relativo, un coste excesivo no lo puede explicar todo.
En nuestro pequeño debate familiar sobre el dichoso huevo había participantes que afirmaban que probando los industriales y los camperos, no notaban una diferencia de sabor. No olvidemos que la base de alimentación de ambos es el pienso industrial. Quizá sí en los orgánicos, pero nadie los había probado aún allí. Una mera cuestión de presupuesto.
Otra cosa muy distinta es pagar un plus para «comprar» y tranquilizar nuestra ética, moralidad y principios. Eso sí, mientras el taco del bolsillo lo permita y no nos visite de nuevo la crisis.
En plena revolución tecnológica, con un consumidor cada vez mejor formado e informado, se impone un uso racional de todos los datos que recibimos, empezando por pagar lo justo por lo que recibimos a cambio.
Productos de temporada, alimentos de proximidad, ignorar productos procesados, compras directas sin intermediarios… son buenas opciones para comer sano y variado sin necesidad de gastar más dinero. Eso y ponerse manos a la obra, evitando los productos manipulados y precocinados listos para consumir tras un par de minutos en el microondas.
Porque no todo es cuestión de huevos. Hay que pagar por sanos y respetuosos, no por tontos.
