Cuando Juan ascendió profesionalmente en la empresa gracias a su tesón y dedicación, le ocurrieron dos hechos inesperados.
El primero tuvo un efecto inmediato: algunos de sus compañeros, ahora subordinados a nivel profesional, empezaron a tratarle de forma diferente, con mayor consideración, mejor tono e incluso con cierto servilismo. Ello le llamó la atención, pero como siempre, liado y concentrado hasta la médula en su labor, no le prestó mayor importancia. Siempre había sido una persona confiada que caminaba por la vida a pecho descubierto, creyendo en la buena fe del equipo y de que todo el mundo es bueno por definición.
Y el segundo efecto, invisible pero más tumoral, fue ese guiso de cocción lenta y continua que se fue macerando a base de la maledicencia y la ignorancia en esos corrillos de sabios que se forman en las empresas, y dónde los muchos tontos se prestan al juego cobarde y navajero de unos pocos cizañeros que habían emponzoñado el ambiente largamente.
Con el paso del tiempo, tal como ocurre con esa enfermedad de cuyo nombre no queremos ni pronunciar, la cosa dio la cara inesperadamente, y Juan se vio entonces atrapado entre dos fuegos sin poder de reacción. Evidentemente, el factor sorpresa era decisivo para los instigadores, algunos de ellos meros peones avanzados en una partida de naipes con las cartas marcadas.
Como sucede con aquel que rompe algún plato porque siempre los friega, Juan vio cercenado su trabajo de años y de esfuerzo en tan solo 20 minutos. Sembró la duda incluso entre sus patrones y mentores, y su exposición fue tan brutal que, para cuando todo se aclaró, algo en el interior de nuestro amigo había cambiado ya para siempre. Ya tenía su ZONA CERO.
Porque de tu zona de confort realmente te echan a patadas, y lo único que cambia es el nombre que le pongas: infarto, accidente, divorcio… y en el caso de Juan, trabajo. Pero lo más importante de todo es saber durante cuanto tiempo te va a seguir doliendo esa patada. Y en este caso, sí bien hubo perdón, nunca habrá un olvido.
Y es que Juan, sin darse cuenta, en el fondo, había sido víctima del sucio pecado de LA ENVIDIA.
LA ENVIDIA, UN PECADO DE PROXIMIDAD.
LA ENVIDIA, NUESTRO PECADO CAPITAL.
