Cuando J. C. G. me explicó su cruda experiencia en primera persona con la Covid, la sensación térmica ambiental descendió un buen puñado de grados, en un día, como el de ayer, ya especialmente gélido.
Se trata de ese tipo de personas que directamente forma parte del grupo de la buena gente. Educado, amable, servicial y nada sospechoso de montar películas ni de querer ser protagonista de nada.
Le conozco tanto a él como a parte de la familia desde hace años. Si bien no le puedo catalogar como amigo, nuestra relación proveedor-cliente de muchos años, nos ha llevado a tener una buena relación de confianza mutua en el trabajo, pero también como buen paisano y vecino.
Tras deambular por los pasillos del súper, nos vimos y nos saludamos, como siempre. Lo primero que noté fue su caminar un poco titubeante y el cabello especialmente encanecido. Y al preguntarle cómo le iba todo, fue cuando me explicó su experiencia personal con la enfermedad. Pero no una de esas vivencias de la gente que lo ha superado en pocos días, sino una de verdad, profunda y desgarradora. Del tipo que te empujan a replantearte muchos temas.
Son del tipo de experiencia que tienes cuando estás en la cuerda floja con la covid.
Enfermo de la llamada primera ola, se encontró mal el día de San José. Ingresó al día siguiente en el hospital sin saber que ocurría. Tras una primera recuperación estando allí, tuvo una fuerte recaída posterior. Y fue entonces cuando se hizo el vacío y se le apagó la luz durante semanas.

Cincuenta días en total, cincuenta jornadas sin noticias claras y sin poder recibir visitas. Angustia permanente en la familia en un mundo triste clausurado por la pandemia. Solo la lucha a pelo por la vida y el tesón de los sanitarios a su lado. Y cuando despertó, su noción del tiempo era tal que únicamente había trascurrido un día para él.
La pandemia le había robado todo el mes de abril.
De aquellos aciagos día, según me confió, únicamente salieron adelante una mujer y él. El resto, no. Nada que ver con las estadísticas oficiales – que nadie se cree ya – tan falseadas como los partes de guerra para no bajar la moral de la tropa.
Han pasado más de siete meses y aún mantiene secuelas, como cierta dificultad al andar y la pérdida de un oído. Además, se jubiló antes de lo esperado, haciendo añicos todos sus planes futuros y pasando página obligada a toda una vida de entrega laboral.
Antes de despedirnos hasta más ver, me dijo:
– Paco, una de las cosas que peor se llevan es no saber el porqué, el cómo y casi el cuándo. Los médicos tan pronto estás mínimamente listo, te dan el alta. Sí, por necesidad del espacio, pero muy especialmente para evitar las secuelas mentales. Porque cuando eres consciente y estás allí solo, no puedes dormir y la cabeza no para de dar vueltas y los problemas permanecen ahí dentro, interiorizados. El estar en casa, con los tuyos, es el mejor bálsamo que ningún hospital te puede procurar.
Cuando se alejó a su paso, todo un reguero de pensamientos me asaltaron en un mismo instante.
Como en el caso del día anterior, durante una cena con los amigos, cuando al otro lado del restaurante había un perfecto imbécil de pie haciendo el idiota. Sin mascarilla, iba de un lado a otro abrazando al personal y dando la nota máxima a la estupidez humana. Suponiendo que no fuera huérfano del todo, que sí de sensatez, seguro que tenía y tiene padre y madre, abuelos, tíos, hermanos…
O cuando salen los negacionistas en los medios de todo tipo. Algunos afirmando directamente que la Covid no existe. Y otros que, admitiendo la existencia de la enfermedad, niegan la gravedad de la misma. ¡Que se lo pregunten a J. C. G. y a tantos muchos!
Luego están los que ven conspiraciones por todos lados y de todo tipo, mensaje amplificado incluso por personas famosas y gracias a las redes sociales. Tarados siempre los ha habido, pero no haciendo cola.
Y para que la tormenta fuera perfecta, ahí tenemos en el peor momento de todos a los más incapaces y majaderos mandatarios de grandes potencias al mando del arca de la humanidad.

El éxito de nuestra especie en el planeta siempre ha sido nuestra enorme capacidad de resistencia y de adaptación a las contrariedades. Ahora está muy de moda el término RESILIENCIA. Significa en psicología la capacidad humana de afrontar las adversidades, e incluso, para algunos especialistas, va más allá incluso de la resistencia misma tal cual.
Pero no todo el mundo es y puede ser resiliente, disponer de esa capacidad de ser positivo y realista a la vez para salir adelante, y, además, de forma reforzada. Hay personas más capaces que otras y momentos también más propicios que otros.
Lo estamos percibiendo a diario como que «algo» no va bien. La gente está estresada, gruñona y nerviosa de más. Personalmente he visto conductas en la carretera que nunca había observado, tan cercanas a la imprudencia como a lo criminal. Siendo ya ahora de por sí más complicadas las relaciones con nuestro entorno, han aparecido roces familiares antes impensables. Es como si toda esta situación alargada en el tiempo, sacara a la luz lo peor de cada uno de nosotros. Afortunadamente, también está extrayendo lo mejor de mucha gente: generosidad, apoyo y ayuda.
Ni Papá Estado ni Mamá Empresa nos pueden dar la solución definitiva al 100%.

Somos expertos en quejarnos de todo y en echar la culpa a los demás. Exigimos soluciones inmediatas y efectivas. Más derechos que obligaciones. Esperamos del gobierno de turno que nos dé soluciones, cuando solo se puede limitar a poner parches casi sin pegamento, porque dinero, simplemente no hay. Muchos esperan de sus empresas más de lo que ellas, como negocios que son, pueden dar. Al final, ya tienen sus propios problemas para poder subsistir y pensar solo para ellas mismas.
Al final debemos ser nosotros, cada uno de forma personal, quienes tenemos que poner en valor nuestra aportación individual. Esperar solo que de fuera venga toda la solución, es solo de ilusos. O de tontos. Somos meros peones en este gran tablero, pero un peón si llega a la casilla final, es siempre la pieza más valiosa de esta partida que seguro vamos a ganar entre todos.
