Nuestra educación actual sigue siendo como los antiguos discos recopilatorios de vinilo: por tres o cuatro canciones que realmente te gustan, tienes que escuchar, en el mismo formato, otros muchos cortes que no te interesan.
Los planes de estudio asumen que todos los alumnos tienen los mismos intereses y las mismas capacidades, y su falta de flexibilidad y de adaptabilidad, los hacen cada vez más ineficaces e inútiles.
Alfonso Longo, un enriquecedor y participativo contacto en Linkedin, comentó recientemente su caso, uno real, que coincide además con otro idéntico de una compañera de trabajo:
La brecha entre la revolución tecnológica actual y la enseñanza es cada vez más grande y amenazadora para un sistema educativo, que mastodóntico, se está quedando obsoleto. YA NO PUEDE SEGUIR SIENDO GENERALISTA.
Cada vez la gente lee menos periódicos, ve menos televisión y escucha menos la radio, tal como los conocemos. Hoy tenemos la prensa online y plataformas como Netflix que satisfacen directamente nuestros gustos y necesidades personales a la carta de forma individual y satisfactoria, y, además, sin robarnos tiempo con contenidos que no nos interesan en absoluto.
Nuestro amigo Juan es un gran amante de la música, y a pesar de pasar muchas horas en su coche, ya no escucha las emisoras de radio. El motivo: cada vez es más exigente y no existe la cadena en el dial que ponga únicamente la música que le gusta a Juan. En cambio, para satisfacer su afición, tiene a su servicio Spotify, un servicio que conoce sus gustos y que le permite programar y sugerir esas canciones y grupos con los cuales nuestro amigo disfruta y es feliz. Y además, se ahorra la publicidad y los comentarios intrusivos de los locutores que no le importan para nada.
YA NO SIRVE EL «CAFÉ PARA TODOS», y tal como afirma nuestro amigo Alfonso, no es el alumno quien debería adaptarse al sistema educativo, sino al revés.
Tenemos la tecnología a nuestro servicio, más fiable y veloz cada día, y los algoritmos matemáticos son más rápidos y fiables para centrarnos en todo aquello que nos gusta, nos causa placer y nos entusiasma. Todo ello, bien utilizado, nos hará mejores y más dichosos. Y no lo olvidemos, todos formamos parte de la sociedad: sí nosotros mejoramos, ella también lo hace.
Tendremos a nuestra disposición una serie de «asistentes electrónicos» que nos ayudarán en todo momento en cualquier faceta de nuestras vidas. Nos aconsejarán qué estudiar, qué escuchar, qué leer, qué ver y cuando verlo, dónde comer, en qué lugar aparcar… se van a adaptar a las necesidades tan pronto las necesitemos, sean estas permanente o simplemente de un sólo uso.
¿Por qué no aplicar los nuevos avances, que ya están ahí, a nuestro sistema de enseñanza, para que sea mejor, más avanzado, personalizado y enriquecedor?
Todo lo «generalista» tiene los días contados. Y la MALA EDUCACIÓN no tiene escapatoria alguna. El colegio cada vez tiene menos que ver con memorizar y si más con aprender y enseñarnos a pensar para desarrollar nuestras capacidades. No se trata ya de estudiar para aprobar sino de «grabar» cosas útiles que nos harán más completos y dichosos en la vida real.

Los resultados obtenidos en Estados Unidos aplicando la tecnología (y por supuesto las ganas de hacerlo) retocando unos sencillos parámetros de los planes de estudios, según las características y las capacidades de cada alumno, han dado como resultado una mejora en las calificaciones de algunas asignaturas del más del 50% por encima de la media, en comparación con el sistema tradicional.
Como todo avanza de forma vertiginosa y exponencial, tenemos que hacernos otras preguntas:
– Para ciertas asignaturas y a partir de una edad, ¿es necesario acudir siempre físicamente al centro educativo para aprender? Pensemos en el enorme ahorro de tiempo en esos desplazamiento que además el medio ambiente agradecería.
– ¿Hacen falta realmente los libros en papel cuando tenemos a un golpe de clic su contenido digitalizado y siempre actualizado?
– ¿Qué tipo de enseñanza realmente necesitamos aprender básicamente en cada etapa de nuestra vida escolar?
Juan fue realmente bueno en lenguas clásicas durante el bachillerato. Leyó y tradujo gran parte de la «Guerra de las Galias» de Julio César. Incluso, en la asignatura de griego clásico sacó matrícula de honor, ¡y no hay noche que no pueda ir a la cama sin pensar en el ἡ κοινὴ διάλεκτος! Y sin embargo, «se la metieron bien doblada» en el euribor y en la clausula suelo de su hipoteca para 25 años.
¿Quiere esto decir, por ejemplo, que con una formación básica en finanzas y en economía familiar hubiéramos evitado la burbuja inmobiliaria y sus desastrosos y duraderos efectos?
Difícil respuesta a tan gran pregunta. Seguramente no, pero muchos se hubieran evitado un gran disgusto. El enseñar en la escuela el manejarse bien en los números reales, evitando gastar lo que no se gana ni se tiene, si que es una buena lección para toda la vida, y no esa integral que nos volvió locos y que nunca necesitaremos resolver en el mundo real.
Definitivamente los planes de estudios se deben de adecuar y de adaptar tanto a los alumnos como a las necesidades del día a día, teniendo en cuenta la velocidad de cambio para ser reales, atractivos y útiles para cada tiempo.
En la época del padre de Juan, cuatro nociones básicas de mecánica del automóvil hubieran bastado para un sencillo mantenimiento de su vehículo: nivel del aceite, estado de las bujías, control del líquido de la batería… Sin embargo, hoy aquellos conocimientos no sería ya válidos, porque la tecnología ha cambiado con la fabricación de unos vehículos sin mantenimiento mecánico.
Ahora es mucho más importante inculcar nociones sobre seguridad vial y el correcto uso del transporte y de las vías públicas como conocimientos que practicaremos a diario durante la mayor parte de nuestras vidas.
En una sociedad cada vez más longeva y estresada, no se entiende como no hay dentro de los planes de estudio un tratamiento serio y eficaz para FOMENTAR LA SALUD Y LA VIDA SANA. Problemas crecientes como la obesidad infantil, la hipertensión y el sedentarismo, están ahí, y la educación debería de jugar un papel esencial.
Un buen programa sobre la importancia y la práctica continua de la actividad física y un buen plan sobre la trascendencia de una alimentación sana y equilibrada, son dos aspectos que el sistema educativo debería de tratar en todas sus etapas.
Del mismo modo que los incendios se apagan en invierno, la salud del futuro se cuida y se previene mucho antes, porque lo importante no es llegar a viejo, sino cómo se llega. Y por supuesto, sería menos gravoso para todos.
Con la irrupción de internet y de las redes sociales, también es necesario inculcar su importancia en las escuelas, pero también advertir fehacientemente de sus peligros con una manejo correcto.
Estamos en el siglo de los Big Data, de los Macrodatos o de los datos masivos, esa ingente información que hoy en día tenemos ya la capacidad de procesar para encontrar patrones repetitivos y perfiles de comportamiento.
Cada vez más los algoritmos matemáticos utilizados son más complejos y fiables, acercándonos cada vez a simular pautas casi humanas. Cualquier entrada en la red, un like en facebook, una búsqueda, una descarga, un whatsapp… está proporcionando información propia al mundo digital sobre nuestro perfil, nuestros gustos y preferencias y donde estamos.
Vertiginoso y maravilloso a la vez, ¿no?
A fin de cuentas, todo está en nuestra manos para aprovechar toda esta revolución tecnológica sin precedentes. Si, en esas criaturas imperfectas y analógicas que somos.
Pero siendo la EDUCACIÓN COSA DE HUMANOS, empecemos a cambiar las cosas desde el principio, pues ahí está el inicio del mundo que queremos tener.
