La salud es sin duda responsabilidad de todos nosotros.
Hay que ser realistas, participativos y coherentes para mantener y mejorar nuestro sistema público desde una perspectiva global y decidida.
1. Transformando la escuela en un centro de formación para la vida sana.
Porque pasamos allí muchos años de esa parte de nuestra vida dónde crecemos y nos formamos para el futuro, fomentando seriamente la alimentación equilibrada y variada más la práctica y el valor por el deporte, como pilares primordiales de una sociedad sana presente y futura.
Todos hemos tenido un pasado escolar bastante extenso. Personalmente, nunca nadie en mi época de estudiante nos orientó sobre la alimentación, y en el caso del deporte, con dos horas a la semana con tres tablas de gimnasia y alguna carrera final, todo resuelto para cubrir el expediente de una de las asignaturas considerada menor y que todo el mundo aprobaba. Entre tanto, mucho esfuerzo y horas quemadas en adquirir otros conocimientos que nunca hemos utilizado en nuestras vidas y que, por su falta de uso, ya hemos olvidado.
Ahora, con nuestros hijos, lo cierto que hay una mayor sensibilidad general, pero se sigue echando en falta un programa completo y continuado para una formación práctica para el futuro, tanto académica como de valores.
Los chicos pierden el tiempo, se aburren o se estresan en una saturación de trabajos, deberes y actividades extraescolares, y no están totalmente centrados en lo básico que es aprender lo importante para prepararse para el futuro, tener valores personales, crecer sanos y especialmente para ser felices.
Es prioritario poner de relieve la alimentación sana y el deporte como materias impartidas por profesionales (médicos, nutricionistas, profesores cualificados…) para que los niños absorban desde pequeños sus valores y los asuman como propios.
Porque el secreto y la base de todo pasa por adquirir buenos hábitos.
2. Fomentando la educación y los valores sanos en casa.
Participando toda la familia – las escuelas de padres es una buena opción de arranque – para que todos conozcan bien las bondades y las maldades con información clara y concisa, pues al fin y al cabo, sus hijos son su responsabilidad y son los padres los que llenan la nevera en casa y tienen que dar ejemplo de vida sana.
(«La mejor dieta del mundo – parte 2»).
Los niños imitan, se impregnan y absorben todo lo que ven y escuchan a su alrededor, observan todo lo que hacemos y de cómo nos comportamos.
No podemos delegar la educación como responsabilidad exclusiva de la escuela ni descargar la crianza de nuestros hijos en otras personas, porque los pequeños necesitan tener unos patrones claros y continuos.
La buena educación es una tarea personal y de esfuerzo constante durante muchos años.
3. Creando unas condiciones y unas normas sanas en el trabajo.
Jornadas extensas dónde sin frescura ya no se rinde. Cargas de trabajo mal repartidas, provocando roces y mal ambiente entre los compañeros. Falta de aprecio y de reconocimiento por parte de la dirección con la consiguiente desmotivación. Vicios que se consienten y que, como todo lo malo, se expande como una epidemia invisible. Son varios aspectos, entre otros, que se deben evitar.
Hay que educar a los empleados en la cultura de la productividad inteligente sin estrés con una correcta gestión del tiempo, con horarios equitativos, formación constante y motivación.

Con ello promoveremos una mejor y mayor conciliación del trabajo con nuestra vida familiar, siendo profesionalmente más efectivos, pero estando presentes allí donde realmente más se nos necesita.
Así de este modo, dispondremos de tiempo para la práctica de un deporte, fomentar una afición que nos apasione, pasar más tiempo en familia, disfrutar de nosotros mismos y siendo globalmente más felices teniendo una actitud positiva.
Separar el trabajo de la vida personal es un tanto decisivo en nuestro haber para un entorno sano y feliz.
4. Dando un valor extraordinario a la sanidad primaria como el pilar básico de nuestra salud presente y futura.
El llamado médico de cabecera no tiene que ser un pasante de recetas devorando pacientes cada cinco minutos, y cuya presencia en los ambulatorios se asemeja más a un acto de fe de quien parece soportar las quejas de sus pacientes de forma condescendiente.
Tiene que ser lo que debe ser: un médico de familia cercano que forme parte de nuestro entorno como casi un miembro más, que nos conozca bien y al cual respetemos profundamente por la gran labor que realiza.
Un facultativo de proximidad que implique a toda la familia en la necesidad de una alimentación sana y promoviendo la importancia de la actividad física. Que sepa identificar y advertirnos de los problemas con razonamientos poderosos y asimilables. Debe ser como el forestal que apaga los fuegos del verano anticipándose en invierno.
El médico de familia tiene que ser el primer eslabón de nuestro sistema de salud y, aparte del motivo centrar de curar, tiene que tener una vertiente educadora y comunicativa con sus pacientes con nombre y apellidos.
Con la edad, el problema no es llegar a mayor, sino cómo se llega. Hay que tener un objetivo claro a largo plazo.
Una buena sanidad primaria provocará menos y mejores enfermos mañana.
5. Exigiendo a nuestras instituciones públicas que se pongan las pilas – y los medios – para fomentar las condiciones propicias para una comunidad sana.
Todas las administraciones tienen que tener un plan consensuado a medio y largo plazo, por encima de las ideologías y de las ocurrencias del momento, para atender los profundos cambios que se están produciendo. Porque estamos hablando y tratando de temas muy serios.
Sí el problema es el dinero, en primer lugar, hay que aunar esfuerzos y evitar la duplicidad y la dispersión de los recursos y no dar la sensación de parecer el ejército de Pancho Villa, que cada uno hacía la guerra por su cuenta y cuando le apetecía. Ya sería un gran paso que no es tan difícil. Y en segundo lugar, mejorar todos los mecanismos de gestión y de control del gasto,
Nuestros gobernantes tienen la obligación de ganarse el pan cada día tal como lo hacemos todos. Y hay muchos frentes que abordar con profundidad, pero también un gran equipo humano detrás que hay que motivar e implicar.
Dedicar recursos para la formación de educadores en temas de salud y de bienestar físico porque, invirtiendo hoy ahí, ahorraremos mucho más en el futuro.
Pero también en campañas públicas de concienciación, motivación y de control de todo aquello que resulta ser malicioso para nuestra salud: la ingesta de alcohol a corta edad – más que evidente -, la polución del aire de nuestras ciudades – ese veneno en suspensión que nos mata lentamente-, la publicidad de productos que entran por los ojos pero que terminan entrando por la boca y que son poco o nada recomendables…
Hay dejar de un lado las siglas y los colores políticos para premiar y castigar la gestión de aquellos a los que encargamos el delicado encargo de gobernarnos y de administrar el esfuerzo de nuestras vidas.

Formamos parte de una sociedad más formada y mejor informada. Ahora tenemos a nuestro alcance toda una revolución tecnológica que nos permite estar interconectados y ser poderosos contra todo aquello que nos disgusta y nos agrede.
En estos momentos, sí que podemos influir y ser mucho más exigentes.
Hay que empezar a pensar por uno mismo y no centrarse exclusivamente en el «copiar y pegar».
(«En la ZONA VERDE Y AZUL: una experiencia muy personal»).
