EN LA ZONA VERDE Y AZUL.

Unos preciosos ojos de color miel me decían: “Tranquilo, no te preocupes. Estoy aquí.”

Eran solo unos ojos bien enmarcados por unas brillantes pestañas y delimitados por unas perfectas cejas ligeramente oblicuas. Una mirada desconocida pero sincera que transmitía serenidad y confianza. Una visión inesperada y agradecida en un momento delicado e ignoto para mí.

Unos ojos simétricos en posición dominante que se dejan querer al alcance de la mano, pero con un gran efecto tranquilizador, de paz y de sosiego. Una mirada experimentada y cultivada en el difícil arte de transmitir confianza en un periquete a un desconocido. Un destello de fe necesaria que sucede sin ser esperado.

Han pasado ya unas semanas y aún recuerdo esos ojos de color miel que nunca más volveré a ver. Únicamente existen en el recuerdo de mi retina cuando vuelven a sonreír de nuevo en mi mente agradecida. Fue solo un momento, breve pero triplemente bueno.

En un ambiente gélido y azul, bajo una luz de tonos fríos, repleto de diferentes zumbidos repetitivos y ante la soledad de un lugar repleto de personas ocultas que van a lo suyo, aquellos preciosos ojos de color miel me decían: «No te preocupes, todo irá bien. Sigo estando aquí.” Una luz blanca cálida en un lugar en penumbra, de dolor y de frenesí, donde la vida se puede marchar en un suspiro.

Instrumental quirúrgico.Fuera de mi zona de confort y sin mis lentes, cuya ausencia provocaban en mí una realidad un tanto deformada, pude adivinar escasamente su tez morena, su tamaño menudo y su diligente movimiento en un no parar entre bambalinas. Tumbado y desnudo tal cual sin más bagaje con el que llegamos y partiremos de este mundo, únicamente cubierto por una tupida sábana blanca, no pude ver más tras su mascarilla y atuendo verde.

Únicamente su tocado era distinto del resto: un gorro del mismo tono pero impreso de muñequitos sonrientes.

Gracias a este pequeño detalle, la tenía controlada como un niño pequeño hace con su madre a la que necesita tener siempre a tiro de vista. Gracias a su peculiar tocado, la localizaba entre toda la troupe de “verdes con mascarilla” que andaban de un lugar hacia otro, en una intensa jornada de trabajo donde la rutina se tropieza con la particularidad de cada caso, pues al fin y al cabo, se tratan de personas imperfectas que cuidan de otras personas más imperfectas aún y no precisamente en un momento perfecto.

Tras una espera, ni larga ni corta, pues en estos espacios el guion es mutante y los casos urgentes e inesperados se cargan cualquier programación, llegué expectante a la sala de operaciones a través de un largo pasillo de luces entrecortadas que discurrían por encima de mi cabeza.

Salud Intervención quirúrgicaCon la profesionalidad matemática del equipo asignado ese día – incluida la chica de los preciosos ojos de color miel – el cambio de camilla, la inoculación de la anestesia raquídea y la intervención, todo culminó al cabo de unas dos horas, algo más de lo esperado.

La ventaja de estar consciente durante todo el tiempo concede la increíble experiencia a todo aquel que, como yo, inquieto y con hambre de conocer más, es un actor central en la escena. Un protagonista pasivo, un cuerpo inerte de cintura hacia abajo que se deja hacer rendido sin remedio, pero cuya observación personal va a mil.

Una vez en la sala de reanimación, otra espera más hasta recuperar la sensibilidad perdida, pero observando y analizado todo este universo de nuevas sensaciones.

Lo que allí vi, viví y sentí es impagable, y toda esa gente vestida de verde merece una puesta en valor justa y necesaria, junto con todo el sistema sanitario público español, oro en paño que debe ser cuidado y mimado como uno de nuestros mejores y mayores activos. No bajemos la guardia aquí. No es negociable.

Con el equipamiento necesario y la profesionalidad de un gran trabajo en equipo, puedo afirmar que los milagros humanos sí existen.

La llegada desde paritorio de una grave complicación obligó a gestionar y a realizar una cesárea exprés casi a pelo para salvar la vida del bebé. El llanto ahogado por el dolor crudo, salvaje y desgarrador de esa madre, le quiebra el espíritu a cualquiera.

Y a la postre, lo que verdaderamente importa: vidas salvadas en el haber de nuestro valioso sistema universal de salud. Pero también el hecho de lidiar con otros imprevistos al mismo tiempo, como la complicación derivada de la intolerancia a un medicamento tras la intervención a una paciente y la estabilización de las constantes vitales en otro caso de sedación completa.

Hospital Alcoy
Los nuevos quirófanos en el Hospital de Alcoy

Cuando se trata de temas de salud, los errores deben ser mínimos, el nivel de exigencia máximo y los medios materiales los correctos y más avanzados. El grado de formación, el nivel de experiencia y la gestión de los equipos son una garantía de futuro. Futuro este que no debemos ni podemos dejar que se deteriore.

Porque la salud, junto con la educación, son pilares básicos de nuestra comunidad. 

A nadie escapa que nos encaminamos hacia una comunidad envejecida donde la pirámide de la población se está invirtiendo.

La esperanza de vida es cada vez mayor y la llamada tasa de reposición menor. Los bayboomers, los más numerosos de todas nuestras generaciones, ya empezamos a utilizar con mayor asiduidad nuestro sistema de salud y en unos años llegaremos a la jubilación en tropel. Sin tener un plan ahora, negros nubarrones se avecinan para todos.

Hace falta valentía y previsión a nuestras autoridades, del signo que sean, para estar preparados en el futuro articulando las medidas necesarias desde ahora mismo.

No sirve aquí la política de gesto fácil y a corto plazo, dónde demasiados han demostrado que no han entrado precisamente como servidores públicos por una sana y altruista vocación. Los dineros son necesarios, pero también una buena y honrada gestión de unos recursos que no son infinitos.

La salud empieza por la prevención a largo plazo, donde todos debemos de ser partícipes sin excusas.

La salud, un asunto muy delicado.

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