LAS EDADES DE LA NAVIDAD.

La Navidad, una celebración de sentimientos encontrados.

El día de Nochebuena de la Navidad de 1994 fue especialmente triste en casa de mis padres. Al abrigo de los reflejos ámbar y centelleantes de la lumbre, ahí estaba ÉL, apartado y ajeno al trajín y al ambiente bucólico que esta celebración siempre ha sido en el solar de los Valor-Becerra. Y mientras danzábamos sin ningún tipo de rubor con esa falta de compostura y de talento para el baile que siempre nos caracterizó, de vez en cuando, mi mirada se dirigía hacia ÉL y un profundo sentimiento de zozobra escarchaba mi ánimo.

ELLA, genio y figura pero con mucho más sentimiento tras esa fachada de irreductible e indomable gala, era la que más sufría en silencio y perseveraba con gran dificultad para que todo fuera “normal” desde el instante en el que la vida no lo era y la golpeaba con especial dureza.

Meses antes, cuando en un momento dado se ausentó, el doctor que atendía a mi padre en el hospital porque se había puesto de color amarillo de un día para otro, me espetó la mala nueva. Con la naturalidad de quien despacha una ración de porras con chocolate, me largó que no tenía solución y que iba a morir sin remedio. Me quedé totalmente ausente e inerte sin poder articular palabra.

Ya no estaba allí: me acababa de ir, mientras la voz del galeno languidecía y se perdía en el fondo.

En ese momento de conmoción no entendí nada, en esa falsa creencia que este tipo de desgracias siempre les ocurría a otros. Son esos instantes que te marcan a fuego y sangre para toda tu vida y te hacen envejecer a golpe de realidad.

En la melancolía de quien toma viaje en solitario de camino a casa, mis sensaciones eran un completo amasijo de sentimientos encontrados donde los porqués sin respuesta me acuciarían para siempre. Devorando el paisaje a golpe de acelerador, mi nueva perspectiva vital me hacía ver que todo había cambiado de tono y de luz, como en esa visión fotográfica cuando subes dos stops tu exposición.

Ya años atrás, tuve una sensación parecida cuando mi querida y respetada abuela política Rita, me confió, casi en el mismo sitio, que mi futuro suegro iba a morir. No pasaría de los 47 años.

Enterramos a mi padre al año siguiente y cada vez que pasamos esa nochebuena tradicional y perenne en casa de mi madre, me acuerdo de aquel rincón donde ÉL estaba, al abrigo de los reflejos ámbar y centelleantes de la lumbre el día de Nochebuena de 1994.

Con la fuerza cicatrizante del tiempo y con los recuerdos cada vez más distantes y desfigurados, te das cuenta como las preguntas sin respuesta ya no importan sino más bien aquellos grandes momentos que nunca ocurrieron. Cómo habría envejecido, cómo habría disfrutado en extremo de los grandes espacios de su querido campo, qué tal lo habría llevado como abuelo, qué hubiera pensado de nosotros en el devenir la vida…

Desde entonces, intento cubrir esos huecos con aquellos ladrillos que faltan en mi ideario como ser humano a fuerza de imaginación y de seguir los patrones que veo y observo a mi alrededor. Sé que no es perfecto ni verdadero, pero los seres humanos somos unos linces en la búsqueda de consuelo.

Navidad y melancolíaCon el transcurrir de la vida, la Navidad nos trae los tristes recuerdos de los ausentes, de esas personas que han sido realmente importantes para nosotros y que han modelado nuestra forma de ser y de estar, esa suma de creencias que nos hacen ser lo que somos, el cómo hemos llegado hasta aquí y que valores transmitimos a los que ya vienen detrás empujando.

Sé muy bien que no estoy solo en esto. Somos muchos los que, según van avanzando los años, experimentamos que la vida sigue su ritmo y que nosotros únicamente somos los dueños de los momentos que vivimos en primera persona.

Soy de la convicción que estos días deberían ser momentos de reflexión íntima y de recogimiento, para poner en valor realmente lo importante y darnos definitivamente cuenta de lo efímero y frágil de todo lo que nos rodea. Para que seamos especialmente positivos con lo que ya tenemos y disfrutar en la cercanía de todos aquellos que nos importan. ¿Para qué más? (Fantástico Ricardo Darín, sin palabras).

No es tristeza, NO, es reconocimiento de lo quebradizo que somos en un entorno hostil que engañosamente creemos controlar y con el que estamos en contante pugna desde que el hombre echó a andar como especie dominante del planeta.

La Navidad

La Navidad, como la vida, es una concatenación de etapas que fluyen de forma natural y que hay que sentir cada una de ellas en plenitud.

Para cuando se es niño, la Navidad es la felicidad que tan solo la virginidad de los sueños no rotos hace realidad.

Para cuando luego avanzamos veloces, la Navidad es esa mirada avispada y luminosa porque nos comemos el mundo intentado tomar posesión de nuestro espacio en él.

Para cuando cruzamos el ecuador imaginario de esta existencia prestada, la Navidad nos ayuda a mantener e inculcar aquellos valores de cuando éramos niños, a pesar de los platos rotos que hemos ido dejando atrás.

Y para cuando yendo pausadamente hacia el final de la aventura, la Navidad es también la capacidad de síntesis y de análisis de nuestro propio legado y del peso de nuestras mochilas, ese conjunto de experiencias, buenas y no tan buenas, que nos han traído hasta aquí.

Lo importante es compartir y sentir los momentos mágicos del Espíritu de la Navidad: Ser Todo lo Feliz que se pueda Ser en este Mundo compartiendo y exprimiendo cada Instante.

La Navidad: ese parque temático de la mercadotecnia.

Para contactar y compartir ...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.