EL MAYOR GENOCIDIO DE LA HISTORIA.

La historia de la humanidad discurre lamentablemente de batalla en batalla y de exterminio en exterminio.

No hay época en la que el uso de la fuerza haya dejado de ser el brazo ejecutor para imponer la voluntad de una parte de nosotros sobre la otra. Cualquier excusa ha servido para tal fin. Motivos siempre haylos, pero si no estaban ahí a mano de forma visible, sencillamente daba igual. ¡Menudo somos nosotros para buscar, inventar, difamar y manipular!

Ya se sabe: cualquier mentira a fuerza de repetirse una y otra vez como una falsa verdad, termina por transformarse en una de ellas. Y entonces ya tenemos el motivo perfecto para liarla parda.

A estas alturas, nadie duda que la violencia forma parte de la naturaleza humana, y por muchas capas de barniz que pintemos encima de nosotros, sí se dan las circunstancias para la tormenta perfecta, siempre terminamos por echarnos al monte.

Cuando acabar físicamente con el prójimo se convierte en una acción programada y sistemática a gran escala de un grupo humano por motivos de raza, religión, etnia, nacionalidad, cultura… estamos hablando de genocidio. Todo vale. Todo sirve. Es el miedo y el terror institucionalizado a gran escala al servicio del poder para exterminar a los otros por «ser diferentes».

En el ranking de grandes genocidas encontramos a sujetos como Stalin, Hitler, Pol-Pot, Tojo, Leopoldo II… gente infame y enferma que, con poder, ha masacrado a propios y extraños con la ferocidad de un lobo rabioso. Cada uno con su propio estilo y sus medios, pero con idéntico resultado atroz. El presente ya les ha juzgado.

Sin embargo, nos olvidamos a menudo del MAYOR GENOCIDIO DE LA HISTORIA, aquel en el que constantemente una mitad de la humanidad ha subyugado a la otra mitad durante largo tiempo. ES LA FATALIDAD HISTÓRICA DE SER MUJER.

Porque la mujer siempre ha perdido. Sí formaba parte del bando vencido, ya se sabía las consecuencias. Y sí estaba en el ganador, pues a seguir sufriendo el carácter, las arbitrariedades, las manías y las frivolidades de LA VOZ DE SU AMO.

Mujeres «rompedoras» y determinadas a cambiar su rol en el mundo.

Relegadas y poco valoradas, ignoradas, maltratadas en general, olvidadas y expuestas como mercancía, violadas, insultadas y agredidas, manipuladas, esclavas y prisioneras en vida…

Consideradas seres humanos inferiores, inspiradoras de nuestras desgracias colectivas y siempre tentando al hombre como en el pecado original.

Nuestra historia es realmente un relato en masculino, escrita y dirigida casi exclusivamente por hombres. Lo mismo podemos afirmar de nuestro acervo cultural, de nuestros monumentos y obras de arte, de la literatura y del lenguaje usado todos los días. Mientras tanto, nuestra otra mitad ha sido directamente vilipendiada por la ruindad de la fuerza bruta y la ignorancia.

Y que yo sepa, aún no hemos pedido un perdón histórico y colectivo, nosotros, los hombres.

A nuestras esposas, hijas, hermanas, madres, abuelas, tías, suegras y cuñadas, profesoras y vecinas… y en definitiva a todas aquellas bravas y sufridoras mujeres, sin las cuales, no estaríamos ni aquí ni otros vendrían detrás.

El siglo XX fue el inicio de un cambio y nuestra sociedad occidental ha avanzado mucho desde entonces, volviéndose más rica, plural y diversa, PERO NO ES SUFICIENTE.  Y estamos hablando únicamente de una pequeña parte de la población del planeta, ya en pleno siglo XXI.

Un buen amigo tunecino me dijo un día: «No lo dudes, la verdadera primavera árabe llegará cuando todas nuestras mujeres se quiten la capota de encima. Ahí cambiará todo.»

Para cuando se publique este post, ya se habrá celebrado el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo, efeméride que viene precedida quizá de un exceso de demagogia y manipulaciones políticas, huelga incluida.

Hace escasas semanas, vi por televisión un programa moderado por un conocido locutor de radio, dónde se planteó la cuestión de la igualdad de sexos en forma de una batalla premeditada entre las chicas por un lado y los chicos por el otro.  El casus belli no fue otro que el ACOSO. Y allí quedaron fijadas, como en la guerra de posiciones del 14, dos posturas enfrentadas y lideradas entre la siempre brillante Isabel Gemio y el incendiario Salvador Sostres. Nada que hacer.

La igualdad: un trabajo en común entre tod@s para un mundo mejor.

Por favor, no entremos al trapo ni juguemos a ESTO. No nos dejemos manipular ni a interpretar siempre el papel de ofendidas, ni a asumir el rol de ofensores. No crucemos la delgada línea roja de víctima a verdugo.

Empecemos trabajando desde abajo, desde la escuela, fomentando una paridad y un respeto mutuos, avanzando inteligentemente en el mundo laboral y con una correcta visibilidad pública con verdadera igualdad de posibilidades, dónde los méritos individuales sean realmente la piedra angular, sin tener en cuenta si se es mujer u hombre. Porque ante todo, TODOS SOMOS PERSONAS.

Como casi siempre, LA FOTO está bien, pero lo que importa de verdad es el día a día y el esfuerzo colectivo, tanto de las mujeres como de los hombres por alcanzar una verdadera igualdad tanto en derechos como en obligaciones. Y que el hecho de ser mujer no sea ya una fatalidad, sino todo lo contrario: una bendición y un motivo de orgullo.

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