MI PADRE Y EL REY.

Mi padre y el Rey emérito pertenecen a esa sufrida generación de los años 30 a la que tanto debemos.

Príncipe Juan Carlos en Ibi
El Príncipe Juan Carlos en Ibi. Año 1952.

Ojeando la prensa en un momento de asueto, me tropecé con un buen artículo que versaba sobre la nueva corte de nuestro querido rey emérito D. Juan Carlos, allá en las verdes, amables y frugales tierras gallegas de Sanxenxo. Y como la curiosidad puede ser el camino tanto para la sabiduría como para la perdición, me metí en tarea de saber más del personaje y que era de su vida tras su abdicación, asaltándome entonces varios recuerdos de otros tiempos.

Esto es lo que ocurre cuando uno se pone a discurrir por cuenta propia. ¡Vaya desfachatez y osadía, dirían algunos!

Cuando se vive el 23 F en 3D en directo y en primera persona.

Allá estábamos sentados mi primo Pepe y yo en el portal del entonces Hostal Venecia que daba a la antigua plaza del Caudillo, en la céntrica Valencia de aquel 23 de febrero de 1981, cuando nos alcanzó el fragor de un desconocido ruido para unos chavales imberbes de diecisiete años. Primero fue el chirrido de las orugas, pero sobre todo lo que vimos a continuación, se nos grabó a fuego de por vida en nuestras sencillas mentes de adolescentes de aquella época: las impactantes siluetas de los tanques desfilando al fondo de la calle San Vicente.

Personalmente sentí miedo, pero no esa sensación concreta y reconocible. Era un miedo puro, primitivo, paralizante y frío.

Una vez recuperadas nuestras sensaciones mecánicas, subimos corriendo adentro del edificio como posesos. Inicialmente nuestros mayores no nos hicieron mucho caso, pero pronto se dieron cuenta de la situación e intentaron tranquilizarnos.

Tampoco ayudó en demasía los comentarios de un huésped británico que, viviendo en El Úlster, nos decía tan ricamente que eso de los tanques y de los soldados armados por las calles era como tomar el té de la tarde en su país. Entonces no, pero igual hoy se hubiera llevado de suvenir un buen par de hostias, el buen señor.

Luego, unas horas más tarde, salió el monarca en la televisión ganándose el sueldo y nuestra admiración y respecto en su famoso discurso de la madrugada siguiente. El resto, ya es historia.

Discurso del 23 F
Discurso de D. Juan Carlos. Madrugada del 24/02/1981.

Y allí fue donde tomé el primer contacto consciente de D. Juan Carlos y de su papel en nuestra historia reciente.

Pero tras esta ya lejana evocación, me llegó a la mente el recuerdo más cercano de mi buen padre por pertenecer ambos a la misma quinta, y como la vida, por mucho que se diga, se profese y se confiese, es injusta. Quizá sea inevitablemente injusta, pero decididamente así es.

Durante una comida, observé fijamente como finiquitó en lo que se da y se recibe una bendición a destajo, ese plato de comida caliente, cuyo caldo aún lanzaba borbotones, mientras que el resto nos jugábamos los labios con la cercanía de la misma cuchara. Nunca he sido preguntón, pero en aquel instante, por pura necesidad y curiosidad, le espeté:

  • «Papa, ¿no te quemas? ¿Por qué comes tan rápido?»

Alzó la mirada, se enchufó una buena calada de su celta corto, y tras exhalar el humo suave y largamente, me contestó escuetamente:

  • «Hijo, si en la mili no te dabas prisa, no comías.»

Hay imágenes que valen más que mil palabras pero también hay sentencias tan densas en tan pocas sílabas que ilustran más que un trimestre académico.

Mi Padre y el Rey compartieron siglo. Vivieron y sirvieron en el mismo país bajo el yugo celosamente gallego del general Franco. Formaron una familia, vivieron la transición y la misma llegada de la democracia, donde todos ya éramos iguales.

Con los años, ambos fueron envejeciendo y vieron crecer a sus hijos y disfrutaron de su familia y amigos. Y vieron adecentar y mejorar un país llamado España como nunca se había visto y conseguido antes.

Hasta aquí todo muy correcto, bonito y democrático. Hasta podrían haber sido colegas y haberse hecho unas cañitas con unos sabrosos pinchos, ¿cierto? Al fin y al cabo, ambos nacieron en la misma época y por idénticos mecanismos biológicos. Tenían las mismas necesidades vitales. Y a nivel genético, eran exactos. Vamos, todo lo necesario para un fair play como se dice ahora.

Pero como era de esperar, no se conocieron y tuvieron destinos diametralmente opuestos como sí de dos universos paralelos se tratara.

Lo totalmente cierto, la contundente realidad, la verdad incuestionable, es que mientras mi padre – como la inmensidad de todos los padres y madres – se deslomaba en sacar día tras día una familia adelante y contentarse con efímeros y sencillos placeres, el vividor del borbón andaba a golpe de gorra y de riñón disfrutando de la buena vida. Nada nuevo bajo el sol de la dinastía. Y que conste que me cae muy bien.

Hace ya unos años, mi padre falleció (hasta ahí digamos que la vida le fue también injusta) mientras su quinto, ese picha brava insaciable, amante de la buena mesa, del esquí y de los yates, campechano y sobón… aquí sigue reinventándose así mismo tras sus propios líos familiares, perfectamente y muy bien jubilado, haciendo lo que quiere y rodeado de una pequeña corte gallega que le mima con esmero.

Quizá sea todo una gran mentira como en Matrix, dónde nada es real aunque lo parezca, pero preferimos que así sea. Recordemos lo que dice Cifra, uno de sus villanos mientras saborea un buen trozo de carne:

  • «¿Sabes? Sé que este filete no existe, sé que cuando me lo meto en la boca es Matrix la que está diciendo a mi cerebro, es bueno y jugoso. Después de nueve años, ¿sabes de lo que me doy cuenta? La ignorancia es la felicidad.»

Puede ser que a pesar de todo, la vida de D. Juan Carlos sea un fraude desde el principio y su matrimonio una magistral puesta en escena; que el famoso vídeo del 24 de febrero de 1.981 no sea más que un montaje necesario; que sus amantes y queridas lo hayan sido por ser quien era, y que al fin y al cabo, ha sido un actor más con un papel relevante en nuestra historia más reciente.

Pero como estamos en la sociedad del internet de las cosas, los affaires acaban por desbordarse cual tsunami, volviendo a todos más humanos, más visibles y más imperfectos, con su vida marital inexistente, con sus yernos que ya no son sus yernos – más o menos, según el caso – y su otrora amante princesa germana, resulta ser ahora que ni era princesa, ni tampoco alemana.

Siempre mentiras que tapan a otras mentiras.

Imagen mentira
La imagen de la mentira y las dos caras.

Y la vida de mi padre (y cuando digo padre, me refiero a todas las madres y a todos los padres normales de este mundo), también ha sido un fraude, pero un fraude mucho más real y cercano, basado en la mentira institucional, la manipulación desde arriba, la explotación y la obediencia para que unos pocos mantengan el tinglado reluciente por fuera aunque carcomido por dentro.

Como he dicho con anterioridad, D. Juan Carlos me cae realmente bien aún sin conocerlo y por los buenos servicios que ha prestado a España. No como otros que sin tanto glamur ni pizca de caché, nos han esquilado y esquilmado, nos han mentido y rementido para finalmente mofarse en nuestra cara de perfectos paganos (del verbo pagar, ¡claro!)

Este post es realmente para todos esos sinvergüenzas con cara de sinvergüenzas y que actúan como sinvergüenzas. Para todos esos políticos ladrones que se sentían impunes en sus cortijos y en sus decisiones. Para esa caterva de aduladores, pelotas y rastreros de toda condición con sus estómagos agradecidos, muchos periodistas incluidos.

servilismo
Servilismo y adulación.

Para todos estos sujetos es realmente esta entrada, como medio de expresar el enfado y la impotencia de una gran mayoría, pero muy especialmente para confirmar que nuestro mundo es imperfecto, formado por seres humanos imperfectos y que la pretendida y cacareada igualdad sencillamente no la encontraremos porque llanamente no existe.

Gracias a la revolución tecnológica, tal vez sepamos algo más de la verdad, pero quizá no estemos preparados y es más cómodo mirar hacia otro lado. Pensemos de nuevo en las palabras de Cifra.

Tanto mi Padre como el Rey, como todos, han vivido representando sencillamente el papel que le ha tocado en suerte de la mejor forma posible.

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