Tras el reciente y bochornoso descarrilamiento de la política de la melena rubia, debemos de tener varios puntos muy claros: a como está el pescado, quien lo vende y lo podrido que está.
Me remito a la confidencia reveladora de un conocido y experimentado político de la escena granadina:
«Amigo, no lo dudes: los del otro partido son meros adversarios a los que te enfrentas cada cuatro años, porque los enemigos, los verdaderos, los tienes dentro de tu casa.»
«Son aquellos con los que convives, te sientas en la misma mesa y compartes gran parte de tu existencia durante todo el año. Pero también son todos esos que, sin reparar en traiciones y cambiando de bando según sople el aire, luchan sórdidamente por el poder y por el control de las personas y de sus voluntades.»
«Porque ser político y a la vez honesto, es realmente muy difícil.»

Aquí, el que más y el que menos, sí ha tenido el cuajo para aguantar, ha sufrido el zarpazo de sus compañeros de siglas.
Hace pocas semanas, en el trayecto de vuelta del AVE entre Madrid y Alicante, tuve como acompañantes, compartiendo coche, a los conocidos políticos Josep Borrell y Eduardo Zaplana.
La conversación entre antiguos y agrios adversarios en la arena de los escenarios públicos, nada tenía que ver ni sospechar al menos sobre la aparente buena relación entre ambos. ¿Por qué no? Saludo afectuoso, amabilidad, sonrisas y chascarrillos en la comodidad y relax que permite ese maravilloso invento que es el tren. Y porqué negarlo, también por el hecho de tener la vida resuelta por la obra y gracia del sufrido pueblo español.
Retrospectivamente, seguro que el Sr. Borrell lo tuvo bastante más crudo y tempestuoso cuando los suyos le hicieron el vacío y un traje a medida en su corto periplo como jefe de su partido, cuando las bases lo escogieron (sin permiso del aparato político) para enderezar la nave a la deriva. Mala jugada y peor ejemplo en ese paripé democrático que fueron (y son) las primarias.
Roma nunca paga a traidores.
A nuestra política madrileña del caso, simplemente la han pillado con el carrito del helado. Apostó fuerte y quiso sobresalir, quizá destacar demasiado, escalar rápidamente… pero se topó con los suyos, con todos aquellos de la vieja guardia que se sentían traicionados. Porque hacer limpieza dentro de casa, cuando la roña añeja forma ya parte del mobiliario, es muy difícil.
Que haya falseado su CV (sin necesidad alguna), está mal, siendo esta una práctica bastante común sí analizamos cuatro perfiles de conocidos en nuestras redes sociales, especialmente en Linkedin. Creo que los expertos llaman a esta técnica «trabajar y edulcorar el perfil».
Que haya robado en un comercio, es bastante peor, pero que tire la primera piedra el que esté completamente libre de pecado, del tipo que sea.
De lo malo, siempre está lo peor.
Tanto lo uno como lo otro está mal, y no es justificable, pero el mensaje bien alto y claro que hemos recibido es saber de que está hecha esa calaña que literalmente la han echado al pie de los caballos, en un acto de postrera venganza. ¡Vaya con el fuego amigo! ¿Y éstos son los que nos pretenden seguir gobernando en el futuro?
Todo un montaje propio de una serie de ficción como Juego de Tronos. Pero eso sí, sin sangre borbotando a raudales y poniéndolo todo perdido, que acabar físicamente con el adversario político está muy mal visto en estos tiempos.
Lo malo de todo esto es que, mirando hacia un lado y hacia el otro, no hay nada nuevo bajo el sol: tenemos a la vieja política a la que le cuesta horrores modernizarse, y a la nueva que cada vez se parece más a la antigua.

Cuando la fuerza de la imagen lo es TODO… o eso parece.
Quien acuñó el término POSTUREO ciertamente acertó de pleno. En un mundo dominado por la fluidez y la amplificación de la imagen gracias a la tecnología, el «parecer ser» prima sobre «lo que realmente se es.» O al menos eso intenta.
Tener públicamente una actitud artificiosa, bien por conveniencia, bien por una búsqueda de autoestima o por simple presunción, es lo más habitual.
Terreno exclusivo no hace mucho tiempo de famosos y de personajes públicos, hoy ese poder y esa capacidad están al alcance de cualquiera, especialmente cuando cada uno de nosotros, a título personal, tiene la facultad de describirse así mismo.
Y es entonces cuando se mezcla la verdad con la mentira y, en muchas ocasiones, con el deseo. Porque en la red, en la distancia, se puede ser ese que deseas realmente ser.
Hurgando entre las redes sociales más utilizadas, podemos comprobar cómo el efecto Cifuentes no es ajeno a personas mucho más cercanas a nosotros.
De un buen amigo, próximo e intimo, me enteré por la red que había trabajado en una conocida entidad deportiva y que además había sido universitario. Y yo, tras tantos años de amistad, ni me había enterado. ¿Caso de modestia por su parte o de torpeza de la mía?
A nivel profesional, entré en el perfil de uno de mis compañeros de trabajo, uno de los más recientes. Estando mesa con mesa, me sorprendió una serie de aptitudes que decía poseer y que, de momento, curiosamente permanecían ocultas desde hace meses. Supongo que estaba ante otro caso de modestia.
Ante mi pregunta de como había confeccionado su perfil profesional, tranquilamente me indicó que había seguido los consejos de un amigo para montar una imagen laboral ganadora: una buena foto profesional con una corbata que nunca se pone y adornando su CV con ese tipo de aptitudes generalistas que tanto agradan a los reclutadores.
O como ocurre en el caso cada vez más habitual de basar nuestras elecciones en las opiniones dejadas en la red de gente que no conocemos, como cuando decidimos ir a comer o no a un restaurante determinado.

Para una empresa de servicios ya es tan importante o más tener en nómina un buen milenial digital, que le promocione y le posicione bien en la red, como esmerarse en prestar un correcto servicio buscando la perfección y la excelencia. De ahí imagino viene la coletilla que aparece en algunos sitios web que destaca «opiniones basadas en comentarios reales». No diremos más.
Al final, como en todo, la culpa no es de la tecnología si no del uso que le damos, de nuestras intenciones y de lo que buscamos transmitir gracias a ella. Y cuando la verdad llega poderosa martillando la mentira, también la amplificación de la vergüenza es instantánea, gigantesca y demoledora.
Y si no, que se lo digan a la política descabezada sin piedad.
