He conocido a Rafa, mi compañero de habitación compartida, un chaval de 23 años muy especial de mirada entrecortada y una gran familia que le arropa, le mima y le quiere con una intensidad que no he visto en lustros.
Lo que pensé entonces que fue mala fortuna – la intervención quirúrgica de una fastidiosa hernia inguinal que se alargó más de lo previsto – me permitió estar allí, a su lado, para conocerle y escrutar la grandeza del ser humano en ese universo paralelo y separado que marcha a una velocidad distinta.
Cuando la salud y el reposo nos dejan fijados y obligados en un lecho, nos damos cuenta como a nuestra escala de valores le faltan algunos valiosos peldaños.
Te percatas que la vida plena no es esa carrera estresante que te lleva de un lado a otro para ciertamente no llegar a ningún sitio.
Cuando llegué, Rafa ya estaba, y cuando me fui, él seguía allí. Espero de todo corazón le vaya bonito allá donde se encuentre en estos momentos. Una persona distinta que me ha marcado y cuyo recuerdo guardo en mi archivo mental de favoritos, ese lugar interior adonde de vez en cuando nos permitimos el gran lujo de ir para echar el freno, vislumbrar y valorar las cosas realmente valiosas.
Observado a Rafa y a su familia, uno se da cuenta de la grandeza, generosidad y nobleza que puede alcanzar el ser humano. Una lucha constante contra la adversidad que se ceba especialmente con los más débiles y que nos muestra claramente la senda para recuperar nuestra parte más solidaria, que desgraciadamente olvidamos demasiado a menudo.
Rafa asistía a diario desde Cocentaina al Colegio de Educación Especial Sanchis Banús de Ibi, hasta que, por motivos de la edad, tuvo que dejarlo. Quedó totalmente al cargo de su paciente madre por falta de plazas en otro centro más cercano, donde si eran aceptadas personas de más edad.
La forma de ser de Rafa, con sus rabietas incluidas, me dejó muy impresionado, sobre todo por el cómo se enfrentaba a sus dos enfermedades. La una, la constante que lo dejó transformado de forma permanente en un niño de 5 años, y la otra, la pasajera que le trajo a este hospital donde nos hemos conocido fugaz pero intensamente.
Con Rafa todo es especial y diferente. Es un auténtico cinéfilo y seguidor de la saga de Piratas del Caribe. Conoce detalles insospechados y puntos de vista que nunca hubiera imaginado. Es un auténtico fan de Jack Sparrow y espera que algún día vaya a verle a casa sobre la montura de la Perla Negra. Dice saber que lo tiene difícil, pero que no pierde la ilusión de que un día se dejará ver por allí.
También le apasiona el mundo futurista de Star Wars dónde siempre apuesta, como no puede ser de otra forma, por los Jedis. Varias miniaturas encima de su taquilla dan fe de su pasión por la serie completa que ha visto en numerosas ocasiones.
Cuando dejé a Rafa, él seguía a lo suyo con sus grandes y pequeñas cosas, con sus manías y su genio, con su madre perenne a su lado con ese temple que, según dicen, solo tienen los santos.
HOGAR, SIEMPRE EL ACOGEDOR Y DULCE HOGAR.
¡Cuánto valoramos lo que tenemos cuando llegamos a casa, esa guarida conocida que nos da calor y nos cobija!
Con la dilación y limitación de movimientos que tiene el enfermo convaleciente, conecto la televisión para una puesta al día en cuanto a los noticiarios y para ver entre tanto algún capítulo de mi serie favorita.
Los parones forzosos tienen dos lados. El bueno, es que te pones a hacer esas cosas y tareas para las que nunca tienes tiempo; el malo, es que, transcurrido un buen rato, te cansas y te hartas de todo y empiezas a echar en falta tus rutinas, incluso las más tediosas.
Es entonces cuando te preguntas si verdaderamente somos realmente libres y ricos en recursos o solamente cautivos de nuestras propias servidumbres.
Así de este modo y sin que sirva de excusa, con ese poder que nos confiere ese invento que es el mando a distancia – como una extensión de nosotros mismos – uno termina zapeando de un lado hacia otro en ese inabarcable dial de cadenas en el que se ha convertido el adulterado universo televisivo, donde prima más la cantidad que la calidad.
Me detengo en el acontecimiento del día repetido en varias emisoras: el aniversario de la muerte de Lady Di, que tuvo lugar un ya lejano 31 de agosto del 2007. Acontecimiento que recuerdo tanto por la tristeza de cuando alguien muere como por la enorme repercusión que tuvo en su momento.
Hasta aquí todo bien, pero a partir del minuto dos, todo mal. Más que mal, pésimamente muy mal.
Los buitres de entonces y los carroñeros de ahora vuelven a sacar tajada de aquellas vidas truncadas por la violencia de un accidente de tráfico, motivado precisamente por la gentuza que vive del cotilleo miserable. Carnaza de entonces y carnaza de ahora para toda esa chusma de tertulianos bocazas de dudosa condición y de supuestos periodistas de investigación que, con sus montajes y ocurrencias sobre conspiraciones, siguen cebando a una audiencia ociosa e inculta.
Y es entonces cuando me acuerdo de nuevo de Rafa, ese chico especial de 23 años de mirada entre cortada y de su familia que siempre está a su lado.
Comparando el desfile de idiotas y de infames sinvergüenzas que viven descaradamente de las desgracias de los famosos – llanamente porque las fatalidades siempre venden – con la sencilla y rutinaria vida de Rafa, que sí está entre nosotros, me doy tristemente cuenta hasta donde llega la bajeza de la condición humana y sus escasos valores.
Hoy es precisamente uno de esos días de sensaciones encontradas dónde nos percatamos que estamos errando el tiro sobre lo que realmente es importante, porque nos centramos en la trastienda de la bazofia y la cochambre con la excusa del entretenimiento fácil.
Ingente cantidad de recursos y de horas empeñados en sacar la basura de los demás a la intemperie para su exposición pública. Prensa amarilla, revistas del corazón, realities shows de todo tipo y a todas horas… donde se nos muestran tanto el postureo y la sonrisa postiza como los conflictos forzados más elementales y banales de ir por casa.
Dinero, tiempo y dedicación que hacen mucha falta para lo que realmente importa. Para esa plaza que Rafa y su madre necesitan cerca de su casa, para mi pequeña sobrina Sara, que también está ahí, y para muchos otros que son tan personas como nosotros y los tenemos casi olvidados.
Pero nos gusta más el relumbrón, ver salir bien guapos al personal en cada encuadre y porque en definitiva nos encanta ver la caída de los dioses, como para decir aquello de “¡tú también te jodes!”
Nos encaminamos hacia la sociedad del ocio, cada vez más longeva y con más tiempo libre. La revolución tecnológica está ahí en nuestra ayuda, si bien va a provocar cambios traumáticos con los que tendremos que aprender a convivir. Los robots y la inteligencia artificial darán un duro golpe a los trabajos repetitivos y de facto dejarán descolocados a un enorme número de personas. Un gigantesco cambio que nadie se atreve a calibrar en sus consecuencias.
En definitiva, más tiempo disponible y durante más años que tenemos que rellenar con inteligencia y con humanidad, para acercarnos a nuestros semejantes y a nosotros mismos.
Así, de esta forma, entenderemos mejor a personas como Rafa y a sus familias, pero también a nuestros mayores que lo han dado todo por nosotros y a todos aquellos que nos hacen la vida mejor, porque nos cuidan, nos protegen, nos educan… , pero también nos entienden. Y conocer significa comprender para ayudar dedicando parte de nuestro tiempo.
La educación es esencial y buen modelo debe ser cercano, motivador y líquido, es decir, que se amolde como el agua al continente porque éste cada vez cambia con mayor rapidez. Educar ciudadanos reflexivos que piensen por ellos mismos y fomentar la solidaridad y la cultura del esfuerzo personal y los retos, junto con actividades que nos colmen de satisfacción y que nos alejen del ocio fácil de sofá y del mundo irreal.
Lo esencial es actuar y ser tú el motor de tu propia existencia y no conformarse en la comodidad de ser un actor pasivo que marcha al ritmo ambicioso e interesado que marcan otros.
