Juan se quedó perplejo mirando con esa cara de asombro de cuando alguien inesperado te hace una pregunta también totalmente inesperada.
Las personas que conocen bien y respetan a Juan, afirman que siempre tiene respuesta para todo, pero en esta ocasión empezaba a dejarlos por embusteros.
Mientras su hija pequeña le apresuraba con esa profunda mirada de sus preciosos ojos y con la impaciencia que únicamente la juventud tiene y maneja, su respuesta no llegaba.
Una situación incómoda como cuando no sabes la contestación certera a una supuesta pregunta sencilla con múltiples respuestas: ninguna es segura porque todas tienen algo de cierto, pero ninguna es definitiva.
La primera vía de escape es siempre la más sencilla, automática y habitual: responder con otra pregunta.
– ¿Por qué preguntas eso?
Es lo que hacemos los padres cuando nos pillan de sopetón en paños menores y no tenemos claro que decir.
Tal como le sucede a Juan, cuando eres el cabeza de familia y te conviertes en el foco de atención porque se espera de ti que lo sepas todo y no es así, un mito empieza a caer en cada casa.
Según van creciendo tus vástagos, estos van formando sus propias opiniones y cada vez son más divergentes contigo. Ya no son aquellos niños a los que educabas pacientemente con normas y criterios sencillos, siendo tú su patrón a seguir, su héroe en el altar. Ahora ya te plantean ese tipo de cuestiones más complejas a las que no puedes atender con una respuesta simple y directa. Simplemente porque no la hay. O sencillamente porque no lo puedes saber todo ya que siempre estamos aprendiendo.
Mientras tanto, nuestro buen amigo Juan, seguía escudriñando a toda máquina en la mochila de sus propias experiencias y de sus conocimientos para estar a la altura. Es todo lo que podía hacer en ese preciso momento tras la parálisis inicial.
Algunos afirman que la experiencia es un peine que se regala a un calvo. Aprender consiste en acumular experiencias propias reutilizables en el futuro. Sí no es así, es que no has aprendido y no tienes el conocimiento para enfrentarte a tus retos. Porque realmente lo cierto es que absolutamente nadie nace enseñado y cada cual debe vivir sus propias experiencias en primera persona.
Tú puedes transmitir, aconsejar en base a tus vivencias pasadas, pero luego cada cual, a título exclusivamente personal, vive y siente su propia vida.
La hija de Juan, que nunca se da por vencida (lo cual le reconforta profundamente, pero no deja de ser un fastidio insistente) seguía con la espada desenvainada y desafiante.
– Papá, en la clase de hoy, mi profesor de historia ha estado hablando de las clases sociales, de los ricos y de los pobres, pero cuando ha comentado que había una clase media entre ambos extremos, no hemos entendido gran cosa. De hecho, uno de mis compañeros le ha preguntado al respecto que significaba eso de ser clase media, que había que tener para pertenecer o no a la misma, pero tampoco parecía que el maestro lo tuviera del todo claro. Por eso te lo pregunto a ti: Papá, ¿somos de clase media?
Si alguien ha visto y recuerda aquella película de Paco Martínez Soria titulada «Don Erre que erre» comprenderá totalmente la tesitura dónde Juan se encontraba: “cuando la niña insiste, no hace prisioneros”, pensaba.
Tras esa pausa que se amplifica por el silencio escénico en el que uno se convierte en la única diana protagonista de todos, Juan dijo:
– Hija, no te preocupes: SI, EN CASA PERTENECEMOS A LA CLASE MEDIA.
Con esta sentencia simplona y carente de contenido pedagógico, la niña esbozó una amplia sonrisa y sus ojos se iluminaron felices por completo. Miró a su padre y tranquilamente le dijo:
– Ves, ya se lo decía a mis amigas: nosotros en casa también somos de clase media.

Así, sin más debate ni entrando en materia, todos finalmente estaban contentos: la inquisidora niña se quedó conforme y satisfecha, y el amigo Juan se sacudió de su zapato esa molesta china.
Durante el resto del almuerzo en casa, y mientras el resto de la familia centraba su cháchara en temas menos farragosos y llevaderos, Juan quedó totalmente en silencio sumido en sus propios pensamientos y dudas acerca de lo que realmente representaba ser o no ser clase media, ese término entre lo sociológico y lo económico que, por muy utilizado y familiar que fuera, no resultaba estar nada claro.
Y así, con esa duda a cuestas, transcurrió el resto de la jornada imbuido en ese acertijo, porque cuando Juan se pone, se pone. De tal palo, tal astilla.
Siguiendo la pista a la CLASE MEDIA.
Los parámetros económicos, esa suma de los dineros que entran en cada hogar.
Por la tarde, nuestro perseverante amigo Juan, inmerso en un mar de dudas, se impuso el deber de aclarar definitivamente que significaba eso de pertenecer o no a la clase media. Su hija, en la que él veía reflejada su propia voracidad de llegar siempre hasta el final, podía estar contenta y satisfecha, pero él no.
Estuvo observando a su alrededor, dentro de su propia familia. Luego, analizó su círculo más cercano de amistades. Más tarde, y ensanchando el ámbito de estudio, puso en su punto de mira a esos profesionales de cercanía, como su médico de familia, ese vecino abogado o un par de profesores de sus hijos. Incluso tomó en consideración a todos esos profesionales de confianza que, desde hace tiempo, suelen ir a casa a realizar reparaciones, como el fontanero y el electricista.

Como era lógico y esperado, el inicial impulso de Juan, hombre de números, estaba centrado en parametrizar el nivel de ingresos como forma de delimitar cada clase social. Así, de este modo y navegando por internet, ese dios del siglo XXI que todo lo sabe y que también nos confunde, empezó a recabar datos.
Y según iba avanzando, a cada página consultada, a cada golpe de teclado y en cada lectura, la cuestión cada vez estaba menos nítida.
Lo único que era evidente era lo de siempre: los extremos. Los ricos y los pobres como el blanco y el negro, pero en medio de ambos, había toda una gama de grises infinitos difícil de clasificar.
Juan acudió a esa discutida disciplina que es la estadística, cuyas diferentes metodologías pueden dar resultados muy distintos dependiendo del enfoque o los intereses buscados.
Abrió una hoja excel y empezó a teclear sobre ella datos monetarios con la ilusión de llegar a meta cuanto antes. Pero lo que pensaba que sería una recta corta y llana, se volvía cada vez más en un montón de curvas sinuosas y empinadas.
– Todo esto es un lío. Nadie tiene nada realmente claro. Este invento del término clase media es un auténtico cajón de sastre con la elasticidad de un chicle infinito dónde cabe un poco de todo – pensó para sí mismo.
Intentando desgranar el laberinto de la clase media.
Sobreponiéndose a la tentación de darse por vencido en varios momentos (– al fin y al cabo, ¿qué importancia tiene realmente este tipo de cuestiones? -), de repente Juan vio el destello luminoso al final del túnel. En ocasiones, damos vueltas y más vueltas y hacemos cábalas y más cábalas de las necesarias para llegar al punto de partida. Así, de este modo, Juan se dio cuenta de que la respuesta la tenía delante de sí mismo: su niña preguntona.
Pertenecer a la clase media es un deseo convertido en una necesidad social para muchos. No siendo uno ni rico ni perteneciente a la clase alta de forma incontestable, nadie quiere formar parte de la llamada clase baja. Este es un aspecto que complica mucho nuestra percepción de identidad y de sentido de pertenencia: no es sólo saber únicamente de qué clase somos, sino de qué clase nos vemos.
La hija de Juan, gracias a la certera y esperada respuesta de su padre, había dado carpetazo a esa cuestión que le provocaba ansiedad existencial. Para ella (como para muchos) lo importante era el hecho, el que se es, y no entrar de ningún modo en el fondo y en el detalle de una realidad más compleja. ¿Estamos asistiendo quizá a la burbuja de la clase media?
Próxima entrada (11/02/2018):
SER CLASE MEDIA ES UNA CUESTIÓN DE AUTOESTIMA… Y DE ALGO MÁS.
