«El ser humano es tan estúpido que se empeña una y otra vez sobre otra en arrojar siempre pesadas piedras sobre su propio tejado».
Este es uno de esos pensamientos que, de forma más o menos recurrente, nos asaltan de vez en tarde cuando somos capaces de hacer un alto en el camino para pensar por y para nosotros mismos al cien por cien.
Es como cuando te atreves a quedarte completamente desnudo y solo frente al espejo, y entonces osas a escudriñar la sincera realidad de lo que estás viendo al otro lado.
Hace escasos días se celebró en Ibi el «IV CONGRESO NACIONAL DE ENFERMEDADES RARAS COMUNIDAD VALENCIANA», al que fue invitada la familia, como espectadora, por mi hermano menor que participó como ponente e investigador directamente relacionado en la materia. De entrada, parecía un compromiso más como otro cualquiera.
Sin embargo, una vez allí y tras dos cortas, pero potentes charlas, uno despierta y se da realmente cuenta de que el mundo corre a diferentes velocidades y en varias dimensiones a la vez, y que la realidad, puede superar, y mucho, a la ficción.

Dentro de mis grandes limitaciones con relación al mundo científico (por no decir directamente torpeza: es lo que hay cuando uno es de letras), me hice entendedor de varios conceptos básicos que me llegaron a tocar la fibra. Entre ellos, como la investigación de las enfermedades poco frecuentes tiene mucho que ver también, tanto en sus mecanismos desencadenantes como en sus futuras curas, con otras de mayor prevalencia como es el caso del temido Alzheimer.
Sentado al fondo del patio de butacas con mi otro hermano, constaté como cuatro chalados vocacionales con escasos recursos estaban ahí, investigando y dejándose la piel día tras día, en beneficio del resto de la población, realizando una labor envidiable poco entendida y aún menos conocida por la gran mayoría, estando esta más interesada en chorradas varias, contenidos facilones y basura de todo color, sabor, textura y olor.
Así, llegué a la cada vez más fundada sospecha de como nuestras diferentes administraciones sacan siempre tajada de ese espíritu vocacional de nuestros científicos. Simplemente porque no pueden detenerse en su trabajo: porque es su pasión y es su vida. Y encima, como son gente instruida y pacífica, no se manifiestan a lo bruto, ni cortan carreteras ni queman contenedores. Y lo saben.
Ciertamente, la limitación de los presupuestos disponibles se compensa con la obstinación y la perseverancia de estos tipos de bata blanca, aspecto un tanto bohemio y friki de pelos enmarañados, muchos de ellos en precario y con trabajos muy alejados de casa y de sus familias.
No puedo evitar, entonces, visualizar ciertas imágenes no muy lejanas, como la de aquella pareja de políticos bien aseados y con sonrisa «profiden», que, enchufados y vitoreados por la plebe dentro de un ferrari rojo, emulaban la entrada de los césares triunfante en la antigua Roma.

Una fórmula 1 envidiable, pero inviable desde el minuto uno; una Copa América literalmente para cuatro fulanos; una Ciudad de la Luz a oscuras; un aeropuerto, «el del abuelo», huérfano de aviones; un parque temático como Terra Mítica, cutre donde los haya; casos y casos de corrupción a manos llenas que se solapan unos sobre otros en sumarios sin fin… En definitiva, compra de voluntades y de ciudadanos apesebrados con el estómago agradecido.
Por contra, nuestro Centro de Investigación Príncipe Felipe, buque insignia de la investigación autonómica y nacional, sufría entonces los duros recortes, la no renovación de los contratos, los despidos a discreción y la paralización de los proyectos.
Gente que pagaba los platos rotos de la fiesta que habían disfrutado otros y que trabajaba para mejorar nuestra salud presente y futura, pero sin tanto glamur y caché mediático como los de aquellos encantadores de serpientes.
Corrupción por todos lados y de todos los colores: con la banda de los Pujol en Cataluña, la gigantesca estafa de los ERE en Andalucía o las anotaciones manuscritas de un tal Bárcenas apuntando directamente a la cúpula del partido entonces gobernante. Por poner solo unos pocos ejemplos.
Latrocinio continuado y consentido por todos los de arriba en detrimento de lo que es verdaderamente importante: mejorar el futuro en el medio y largo plazo.
Dilapidar el erario público en fastos y caprichos personales, dejando de invertir en nosotros mismos y en nuestro porvenir, es de ser verdaderamente unos estúpidos «cum laude». Meter pelas en investigación, desarrollo y creatividad es la base esencial de una sociedad avanzada que se precie y se merezca serlo.
Teniendo en cuenta que cada vez más nuestra sociedad avanza hacia una mayor longevidad, y por lo tanto, está cada más expuesta a sufrir enfermedades neurodegenerativas, no se entiende como quienes tienen la llave de la caja y ostentan el báculo del poder, no se ponen de acuerdo para la puesta en marcha y el desarrollo de una política de investigación global a largo plazo de por ley, como por ejemplo, marcando un porcentaje fijo adecuado del PIB nacional.

Recursos, haberlos haylos, pero como en todo lo que suele ocurrir en este país, están mal repartidos, muy dispersos, peor controlados e insuficientemente rentabilizados.
Como en el caso de los incendios, que se apagan en invierno, no podemos obviar la realidad de que al final de todo este camino recogeremos lo que hayamos estado sembrando hasta ahora.
Porque no lo olvidemos: «The Winter is Coming», como se afirma una y otra vez en esa afamada serie televisiva de ficción que todos conocemos. Porque al final, todo llega, y si estás bien preparado, es mucho mejor.
Nuevo éxito del investigador ibense Luis Miguel Valor Becerra
